“El dueño del almacén que se derrumbó, era yo y perdí todo”

Luis Rodríguez, alias “Popeye”, era el encargado del almacén que funcionaba en la casa de Villa El Libertador que se desplomó el 22 de febrero pasado sin causar víctimas. La dueña de la vivienda, Estela Toledo, dormía en la planta de arriba de la edificación y salvó su vida de milagro. Toledo habló con La Décima en el ingreso a su casa de calle Bogotá 529, a la vuelta de donde ocurrió el accidente.

En un principio reinó el estupor en el barrio al ver las imágenes del desastre. Y la mayoría asoció la causa del derrumbe con la problemática de la elevación de las napas y los hundimientos de los pozos negros. Pero no: el informe técnico de la Dirección de Hábitat municipal concluyó que la casa se cayó por una falla estructural en la edificación ocasionada por una “sobrecarga” en el techo.

El almacén que quedó bajo los escombros.

“Es así, cada tanto había que cortar las plantas que crecían en el techo”, apunta Rodríguez como indicativo de la filtración. “Si filtraba agua que sobrecargó la tierra del techo según me contó el ingeniero ese día, por eso las paredes estaban sanas y no rajadas”, agrega Rodríguez, quien se siente el “invisibilizado” en esta tragedia con suerte y reclama ser asistido para volver a la vida económica.

“El negocio era mío, no de la Estela (por Estela Toledo, dueña de la casa)”, aclara “Popeye”. “Hace cinco años que lo tengo, y todos lo saben porque me conocen”, agrega. “Ella habrá perdido la casa, pero yo perdí todo: mercadería, heladera mostrador, balanza, exhibidora, cortadora de fiambres… no tengo nada”, describe Rodríguez, quien es paciente cardíaco y donante de riñón.

“No me quería poner mal, pero cuando llegué y vi las cosas me subió la tensión”, cuenta sobre la madrugada que se llegó al lugar del desastre. Donde funcionaba su única fuente de ingresos. “Un amigo me ofrece la casa para volver a empezar de cero, pero sin ayuda es imposible”, dice, resignado.

Entiende estar vivo y que el derrumbe se haya registrado en horas de la madrugada, sin su presencia o la de clientes en el local. “Ha sido una desgracia con suerte, qué querés que te diga”, dice, agradecido por seguir con vida, pero preocupado por el futuro inmediato.

Lo único que pudo rescatar de entre los escombros fueron los motores de la heladera.

 

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