Causa estupor que Milei idealice el mercado, pero es esnob idealizar al Estado

(Mario Albera) El cineasta argentino radicado en España Adolfo Aristarain descalificó a los votantes de Milei llamándolos “imbéciles, ignorantes y zombies”, solo por votar a alguien distinto a su simpatía electoral. Aristarain dio muestra de su intolerancia democrática y practicó un deporte extendido en la progresía nacional que es esnobear, es decir despreciar a quienes considera social e intelectualmente inferiores. Sin ser votado por nadie, el esnob se siente con la autoridad moral de guiar al pueblo. “Hay que ganar la calle hasta que el gobierno caiga”, remató en su delirio iluminista.   

El presidente Javier Milei también desprecia. Subido a su credo liberal y fundamentalismo de mercado, desprecia al Estado y a sus adherentes. También se permite conductas troglodistas como negar el cambio climático y la desigualdad de género en el mundo. Y se siente con autoridad para pararse en el Foro Económico de Davos y recriminarles a los empresarios más exitosos del mundo  que están equivocados si se dejan seducir por las políticas “socialistas” y “colectivistas” que hoy “amenazan a Occidente”

Milei llegó a la osadía de tratar de “héroes” a esos empresarios multimillonarios, personajes claroscuros que inciden en las políticas de los Estados. A los hombres de negocios, los exhortó a combatir el avance pernicioso del Estado sobre el libre comercio. Remarcó que el capitalismo de libre empresa “es la única herramienta -incluso moralmente superior- para terminar con la pobreza”. Es la única, es cierto: después de la caída del Muro de Berlín y del fracaso del experimento comunista. Pero eso no significa que sea la más eficaz: la pobreza y la desigualdad económica, con el capital globalizado concentrado en pocas manos, son una cruel realidad.    

Los críticos del presidente argentino sobreactuaron espanto por su antiestatismo y fanatismo de mercado, como si cabría esperar algo distinto. Quien albergaba otra esperanza no lo conoce demasiado al presidente argentino. O no lo termina de digerir. Tanto en campaña como ya en la Casa Rosada, Milei dejó en claro que siente el respaldo del 56% de los votos para llevar a cabo su ideario de Estado mínimo y defensa del capitalismo sin tapujos. 

El presidente niega los “fallos de mercado”, como pueden ser la formación de monopolios u oligopolios para fijar precios más que lucrativos. Pero sin leyes antimonopólicas que protejan a los consumidores de la avaricia capitalista no hay mercado ni Estado posible. Si no, hay que ver a Estados Unidos, pelear a capa y espada en la justicia para que gigantes tecnológicos como Google, Microsoft, Amazon o Meta no controlen el alma humana con sus algoritmos. No es verdad que los fallos de mercado los corrige el propio mercado, como postula Milei. Sin la intervención reguladora del Estado, la economía se torna imperfecta para los agentes económicos.  

Miremos la China comunista, entonces, convertida en potencia económica mundial, luego de abandonar la empobrecedora economía agraria soviética para abrazar la libre competencia. Los chinos entendieron más temprano que tarde que el auténtico generador de empleo es el sector privado, con un Estado regulador. Milei pretende imitar algo de eso al proponer desregular, correr la injerencia estatal de la economía para empujar a los privados a crear riqueza, pero las reformas pretende llevarlas a cabo con más poder estatal, por eso reclama para un país en emergencia la delegación de facultades legislativas. Es pro mercado, pero no boludo.     

Entiendo a Milei en su credo liberal. Porque una sobreestatización, sobrerregulación y sobreprotección como se vive en la Argentina, también genera un efecto opuesto al buscado. Es decir, también genera una competencia imperfecta. No un capitalismo de libre empresa creador de riqueza, con individuos que toman decisiones racionales en forma independiente, sino un “capitalismo de amigos” generador de pobreza y corrupción. Milei pretende desmontar esto con un DNU, que desregula totalmente a la economía, y una ley ómnibus, que buscar reformar al Estado. El éxito de su osada apuesta es una incógnita.  

Produce (y sobreactúan) estupor los críticos de Milei cuando lo ven idealizar al mercado. Es cierto: puede provocar un ligero picazón. Pero ¿por qué no causa el mismo escozor idealizar a este Estado? A este Estado también fallido, errático e ineficiente, incapaz de devolver los impuestos de los contribuyentes con una mejor educación, salud, seguridad y acceso universal a la vivienda. Por algo crecieron la educación privada, las prepagas, los barrios cerrados y el déficit habitacional. Porque este Estado hace agua. 

Y no se trata de Estado sí o no. Mercado sí o mercado no. Lo ideal sería “tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario”, como postulaba el ex canciller alemán Willy Brandt para resolver el falso dilema.  

Porque ya sabemos qué pasa cuando se deja a los individuos a merced de uno de ellos: el mercado a ultranza de los noventa desembocó casi sin escalas en el fundamentalismo estatal del kirchnerismo, y las fallas de las políticas “nacionales y populares” le abrieron las puertas a un nuevo experimento argentino que es la ultraderecha y la aparición de un outsider en política. Idealizar opuestos (mercado o estado) es fantasear con dogmatismos y no entender que ambos se complementan.

Idealizar el mercado, como lo hace Milei, es percibido como aborrecible y desalmado; en cambio, idealizar al Estado, goza de buena salud: es políticamente correcto y humano aun cuando en nombre del Estado se hayan cometidos fraudes electorales (Década Infame), persecuciones a opositores (Perón), intervención de universidades y expulsión de los docentes (Onganiato), crímenes aberrantes (Tiple A y terrorismo genocida) e hiperinflaciones, pobreza y marginalidad social y delincuencial creciente. “Dicen que el capitalismo es malo porque es individualista porque el colectivismo es bueno porque es altruista”, comparó Milei en Davos. Equivocado: nadie de los que haya ocupado el Estado se inmoló en todos estos años por altruista, es decir no procuró el bien ajeno a costa del propio. Todo lo contrario; se enriquecieron impunemente. 

Entonces, ¿qué Estado se añora, se idealiza, se defiende? El Estado de los bolsos de las coimas millonarias de López arrojados a un convento, el de los Cuadernos de la Corrupción por los sobornos en la obra pública, el de la Tragedia de Once con los subsidios millonarios sumidos en el agujero negro de la corrupción, el que otorgó multimillonarias obras públicas a testaferros devenidos en constructores de la noche a la mañana, el que silenció el lavado de activos a través del alquiler multimillonario de hoteles en el sur patagónico, el del vacunatorio VIP, el de las vergonzantes fiestas de Olivos durante la cuarentena. ¿O el Estado del pobrismo, fabricante de cuentapropistas, informales, los IFE de la vida, o los asistidos por prestaciones de toda laya? 

El interés general o común por el que el Estado debería velar fue suplantado estos años por el Estado corporativo para proteger los intereses individuales de empresarios, políticos, gremialistas, piqueteros, curas, etcétera. “La casta”, a decir deMilei. Por lo tanto, impera la selva, no la ciudadanía. 

Bajo la cantinela de “el estado presente” se cometen crímenes horrendos. Pensemos en la masacre de toma de tierras en González Catán donde fueron acribilladas cinco personas. Y en el asesinato a sangre fría de una nena de 9 años, hija de un custodio de Patricia Bullrich. ¿De qué presencia estatal hablamos? La ausencia del Estado en el submundo del país es brutal. 

Los que repudian las reformas liberales y desean que todo vuele por los aires lo hacen provocadoramente desde una reposera en un balneario de la exclusiva Pinamar, como Pepe Albistur, o desde los privilegios corporativos que han demostrado su fracaso estrepitoso para crear empleo privado en la Argentina. Practican el rascado de higo mientras convocan a un paro absurdo contra una reforma laboral que no produjo un solo perjuicio y que se encuentra suspendida por la justicia. Y aprietan en público promoviendo  escraches fascistas: “No podrán caminar por la calle”, amenazó el cegetista Daer a los diputados dialoguistas que negocian la aprobación de la ley ómnibus.

Porque como dice el economista y empresario pyme Gustavo Lázzari, “nadie abre una empresa para echar gente”, al defender la reforma laboral propuesta por el gobierno.Las multas por despido, queriendo proteger al trabajador, lo perjudicaron. Es un delirio en el sector empresario mundial. En Argentina nos regocijamos cuando contratamos menos. Nunca una multa va a proteger un trabajador”, justificó Lázzari. Por supuesto que esto no exime a los empresarios que “negrean” a su personal. 

Como escribe el columnista de Clarín Miguel Wiñazki, la libertad de Milei no es necesariamente la libertad radical de mercado, sino “algo más raigal”. Se trata “de la voluntad de romper cadenas con liderazgos personalistas”, por ejemplo. El interrogante a resolver es  “¿Cuánta libertad es capaz de soportar la sociedad argentina?” A lo que podríamos agregar por añadidura otra:  ¿Cuánto Estado paternalista menos es capaz de soportar la sociedad?

 

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