Cuando te sentís un pelotudo ante la arbitrariedad del ITV municipal

El editor de este periódico asistió hoy a efectuar la obligada Inspección Técnica Vehicular (ITV) municipal en el taller de Circunvalación Sur. 

Previamente, puso el auto al día en lo referido a balizas, matafuego, luces y neumáticos, y demás accesorios. Como se dice, lo presentaba en condiciones aparentemente normales. 

Empiezan las pruebas de rigor: luces, dirección, frenos, pedido de matafuego y balizas, etcétera, y por último, el control de gases mediante un sensor en el caño de escape. 

Atravesada las distintas etapas, lo direccionan a uno al estacionamiento a esperar el resultado. La espera se tensa cuando se alarga y aparecen las conjeturas sobre el éxito de la inspección. 

A los veinte minutos, o más, aparece un empleado alto y corpulento, repartiendo las obleas y los informes: las obleas son para los que atravesaron con éxito el control y el informe es un rechazo por defecto detectado. 

Cuando se acerca al auto de este cronista, el empleado desenfunda una hoja. “¡Chau!”, dije para mis adentros. “Siamo fuori della copa”, pensé. Efectivamente: la inspección había sido rechazada porque la emisión de gases es superior a la permitida. 

Incrédulo, le pido explicaciones, ya que una vez que entrega el informe empieza a alejarse, previendo la natural reacción del automovilista. Todos queremos y tenemos derecho a preguntar, por eso pagamos casi 8000 pesos de inspección. 

“¿Qué significa que es contaminante?”, lancé con malestar, porque en condiciones normales, el escape del auto no emana ni un humo denso ni nada que resulte tóxico o irrespirable para el ser humano dentro de un lugar cerrado. “Tenés que hacerlo ver porque contamina”, respondió, despreocupado y en tren de retirada. 

Reitero: en condiciones normales el auto no parecía tener falla alguna. Además, lejos de oler mal. Pero le vamos a dar la derecha a la tecnología que supuestamente mide con precisión la emisión de los gases. Lo llevaremos al taller y volveremos por la revisión, porque de lo contrario, si no lo hacés a fecha, hay que volver a abonar la ITV. Un abuso.  

Pero no bien salís del lugar y empezás a circular por la ciudad, las infracciones vehiculares juntas te estallan a la cara. Autos con las llantas limadas, lunetas o parabrisas rotos, ventanillas hiperpolarizadas, falta de luces, chirridos de cubiertas por falta de alineación y millones de partículas de dióxido de carbono corrompiendo la pureza del aire saliendo de un caño de escape. Un humo con forma de nube negra y densa flotando y generando una concentración de CO2 que raja la respiración de los automovilistas. 

Es ahí cuando recordás la arbitrariedad de la ITV reciente, la del empleado metiéndote el sensor por el escape, para medir particulitas en un millón, bocharte la revisión y mandarte al descenso. Es ahí cuando te sentís literalmente un pelotudo. 

 

 

  

 

 

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