Día del Periodista: No es el mejor oficio del mundo

(Mario Albera) En cada celebración por el Día del Periodista como hoy, es un lugar común recurrir a Gabriel García Márquez cuando este decía que  el ser periodista “es el mejor oficio del mundo”.  Es una cita, que de tan repetida y sobreactuada, parece haberse convertido en dogma entre colegas y saludadores seriales. 

Expondré tres argumentos para desmentirla. 

Pienso en un ingeniero de la Nasa o la Boeing, en un programador de Google, en un cirujano de Médicos Sin Fronteras, en un arquitecto de la India, en una estrella de rock o cine, en el barman de una playa caribeña o en un limpia vidrios de rascacielos. ¿Por qué el ser periodista puede ser un mejor oficio que los citados? ¿Acaso es más apasionante narrar historias que ser el protagonista exclusivo de las mismas? Hunter Thompson hubo uno solo. ¿Acaso todavía creemos en la ingenuidad de que se pueden cambiar las cosas?

Es un trabajo mal pago. Siempre lo fue. No importa si las razones se vinculan con la escasa conciencia de clase de la grey periodística y el nulo poder de fuego gremial. Ni siquiera la cercanía al poder hace que sea reconocido. Tuve la oportunidad de trabajar en redacciones de medios de Córdoba y un dicho popular era que “el ser periodista es la manera más divertida de ser pobre”, porque estás cerca del poder, te codeas con gente “importante”, pero no disfrutas de las mieles. Salvo excepciones, claro, que siempre las hay. Son bien pagos los propagandistas de turno o los colegas del star-system que destacan por su excelencia. 

Por último, no puede ser considerado el mejor del mundo un oficio donde, a la corta o a la larga, siempre sos blanco de la ingratitud ciudadana. Quizá este sea un síntoma de que se hacen bien las cosas. Pero para informar, a veces se sacrifica la dignidad de alguien y obtienes tu merecido. Y no hablo solo de los corruptos incorregibles. Aun cuando esto no suceda y se informe con honestidad intelectual, siempre hay lugar para el insulto, la ofensa, la injuria, la calumnia, el agravio, el atropello y la amenaza. Porque la culpa, siempre, es del mensajero. La gente te pontifica con la misma fuerza que te denosta y, finalmente, demuestra su feroz ingratitud. 

Por estas razones, no le recomendaría a mi hija elegir esta profesión. ¿Por qué la elegí? Por casualidad y no por convicción. Con los años, quizá me convencí de que es lo único que sé hacer o entiendo parcialmente. Asumí el trabajo con seriedad y responsabilidad, y aquí estoy, cazando noticias para brindarlas al lector. Porque para mí es un trabajo, no una vocación ni un sacerdocio. 

 

     

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