Tristeza de madre de joven autista excluido del Cottolengo: “Sobre que le duele la vida, le hacen esto”
Lucas Sebastián Enrique Borges es un joven de 28 años con trastorno del espectro autista. Desde hace nueve años, con asistencia perfecta al Centro de Día del Cottolengo Don Orione (Armada Argentina 2440, Santa Isabel I)
Todas las mañanas, la bocina del transporte, era música para los oídos de Lucas: nada lo hacía más feliz que ir al Centro de Día a compartir entre amigos y profes.
Pasaba allí siete horas; almorzaba, merendaba, y deambulaba por el amplio predio, sintiéndose libre, en comunidad. Y contenido, con prácticas de rehabilitación y talleres dictados por profesionales.
Hoy, esa misma comunidad, lo hizo a un lado. Fue excluido. “Necesita otro dispositivo”, escucharon sus padres, a modo de excusa. Una supuesta agresión hacia una pasante, también apareció como motivo. Pero sonó a poco, y mezquino, para quien, afuera de esos muros, sufrió bullying toda su vida.
Silvia Borges, mamá de Lucas, confiesa sentirse “triste, impotente”, más que enojada. Reconoce el derecho de admisión y exclusión de la institución, pero considera injusta y violenta la decisión.
“Esperaba más humanidad de quienes se suponen saben tratar con discapacitados y dicen tener más empatía”, denunció en un mensaje que se viralizó en las redes sociales y que ahora reitera ante la consulta de La Décima.
“Al menos me hubieran dicho que nos van a ayudar para hacer el pase a otro lugar, pero ni siquiera le dieron tiempo para saludar a sus compañeros”, reflexiona la mamá.
“Sobre que ya le duele la vida, tiene que andar pasando esto”, dice al ver a Lucas decaído por la situación.
Fana del mate, Lucas vive junto a su familia en barrio Nicolás Avellaneda, pero tiene familiares en Villa El Libertador.
“Todo el tiempo me pregunta cuándo vuelve”, relata Silvia. Y agrega que son tantas las ganas de volver al Centro que confunde la bocina de un panadero de la zona con la del transporte particular que dejó de pasar.
De ser un joven activo, vital y contento, Lucas pasó a ser un joven deprimido. “Duerme todo el tiempo”, cuenta su mamá, para graficar el impacto de una decisión burocrática en el cuerpo y la mente de un joven con trastorno del desarrollo.
“Me mata ver así a mi hijo”, confiesa, desde el otro lado del teléfono. “Es que la vida de otro joven, él la ve por la ventana porque no tiene oportunidad de hacer vínculos. No tiene amigos, no tuvo novias, no puede ir a un baile; lo máximo que le regalaba la vida era ir al Centro de Día”, describe.
“Me cuesta asimilar que los mal llamados normales, tomen estas decisiones, en una época donde la palabra inclusión se ha revalorizado”, reflexiona Silvia.
Además de los trastornos propios de su enfermedad, Lucas ha perdido el humor y el interés por las actividades cotidianas. Abatido, duerme, como síntoma de una incipiente depresión. No buscada, sino provocada por la falta de misericordia.
Hasta el momento, no pudimos comunicarnos con las autoridades de la institución cuestionada para obtener su versión del hecho.